31.1.10

:/


Es el dolor escondido en mis cicatrices..
Es la envidia de la hermosura escrita en mi espalda
Son los golpes y las caídas.. lo que me hace querer retroceder el tiempo..
Son sus risas descontroladas y mi perdición abismal.
Somos dos.. y uno.. somos muchos y pocos.. Los que sufrimos de esta enfermedad
Somos los sometidos latentes del día a día..
Los esclavos del espejo y la comida..
Soy la burbuja errante sin oxigeno por mi herida.
Soy piel y huesos, sangre y miel..
Somos la tristeza y la inanición de los rincones..
Soy la condena eterna y el dolor palpitante..
Soy la locura de la maldita perfección..




HOY ME ODIO

12.1.10

Recuerdame.

... | Recuérdame cuando haya marchado
Lejos en la Tierra Silenciosa;
Cuando mi mano ya no puedas sostener,
Ni yo dudando en partir, queriendo permanecer.

Recuérdame cuando se acabe lo cotidiano,
Donde revelabas nuestro futuro pensado:
Sólo recuérdame, bien lo sabes,
Cuando sea tarde para plegarias o consuelos.
Y aunque debas olvidarme por un momento

Para luego evocarme, no lo lamentes:
Pues la oscuridad y la pena dejan
Un vestigio de los pensamientos que tuve:
Es mejor el olvido en tu sonrisa
Que la tristeza ahogada en tu recuerdo
. |...











Recuerdame..., Recuerdame aunque sea solo un momento.

3.1.10

Un reloj

Nunca antes había funcionado.
Nunca su monótono sonido había anunciado las horas.
Nunca antes había prestado su atención en él… hasta ahora.











Aquella tarde comenzó su perezoso golpeteo de agujas presagiando la pronta hora que estaba por llegar. Fijó sus ojos en aquel recargado reloj, y lo analizó por primera vez, como si nunca hubiera estado ahí. Dorado, con un jinete cabalgando sobre uno de los dos caballos que guiaba, presumía de un ostentoso valor. Oía como la aguja invisible contaba el paso de los segundos. La esfera dorada abrazaba codiciosamente las horas en un azul nocturno. Y entonces, despacio, muy lentamente, el minutero crujió, moviéndose casi imperceptiblemente, para pararse después, quedando inmóvil nuevamente.



Sintió que la situación no dejaba de ser inquietante y, a juzgar por los saltos que su corazón daba al golpear contra el pecho, premonitoria. Se asustó ante la idea de estar viviendo una de esas historias, en las que un reloj no cuenta el avance del tiempo, sino una temible cuenta atrás. Casi estaba esperando que su teléfono sonara de pronto, avisándola de una terrible noticia sobre el fin de su vida. Sus manos empezaron a temblar cuando imaginó oír de repente la risa histérica de un payaso. Y cuanto los odiaba... Sin enmbargo, se obligó a sí misma a calmarse.

Sentir un escalofrío no ayudó a mejorar la situación, pero fue su única compañía, dado el hecho de encontrarse enteramente sola.



Sola.

Como el jinete.



Con el cadencioso tic-tac como fondo, sus ojos se centraron de nuevo en su imagen. Ataviado con una capa y una fusta, miraba en dirección opuesta al camino aún por cabalgar. Su capa ondeaba ante el viento contra el que luchaba tan peculiar conjunto. Los caballos, en pleno galope, luchaban por continuar el trabajoso camino, mientras el jinete vigilaba desconfiado su retaguardia.

¿Qué estaría persiguiendo? ¿Sería una cacería, quizá? ¿O un campo de batalla del que ha tomado la montura de un compañero caído?

Tal vez… ¿era él el perseguido? Los caballos estaban tan excitados que sus ojos luchaban por mantenerse dentro de sus órbitas. Pero el jinete presentaba un rostro inexpresivo. Impasible, sin que se percibieran en sus rasgos hecho alguno que pudiera explicar dicha escena.



De pronto, lo entendió.

El tiempo.



No sabía si huía o galopaba en pos de él, pero el tiempo era el motivo de todo.

Parada y embelesada ante ese descubrimiento, observó con los ojos inmóviles cómo aquel jinete tenía su propia lucha con el enemigo, ausente e ignorando su presencia. Se sintió de pronto como si siempre hubiera estado ahí y sin embargo, que acabara de oír el sordo galopar aproximarse, que la obligara a girar sobre sí misma y buscar el origen del sonido… y buscarle a él. Pero seguía ausente, tan sólo ocupado y preocupado en localizar a su objetivo.

De pronto, se sintió fuera de lugar, empujada lejos de esa carrera. Hubiera querido compartir su lucha, ocupar esa montura desocupada, y decirle que no había nada contra lo que luchar, que el tiempo no era un enemigo, que nos alcanza pero también es alcanzado. Que no tenía porqué seguir solo…



Pero fue inútil, pues sus ojos tan sólo reflejaban… nada.



Pestañeó, y a punto estuvo por perder el equilibrio. Le había parecido oír aquella carcajada tan temida, interrumpiendo la escena. Miró a su alrededor, pero todo seguía igual. Centró su atención al frente, y de nuevo sorprendió a su corazón desbocarse una vez más, al encontrarse con una imagen de lo más corriente.



Un reloj mudo, con una pareja de caballos, uno de ellos montado por un bello y frío jinete.



Qué tontería pensarlo siquiera. Ella no sabía montar a caballo.